Esta melodía era la
preferida de Germán Espinosa. Supervive en sus notas el maestro colombiano,
autor de una obra literaria cada vez más sólida y grata conforme pasa el tiempo
que todo roe –el tiempo: del que la música es su misteriosa forma–. Espinosa solía
escuchar esta melodía de Satie contemplando la extensión urbana de Bogotá desde
su apartamento situado en las faldas de los cerros tutelares, a la hora del
crepúsculo. Al pedir atención a sus invitados para palpar el sutilísimo ritmo
de Satie, en efecto, las cosas del mundo parecían cobrar un tono cobrizo,
mágico.
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