Me alegra compartirles esta obra, EL REGRESO DE UN ZAPATO, relato que acaba de ocupar un destacado segundo lugar en el IV CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO Y POESÍA EL PARNASO DEL NUEVO MUNDO 2015, fallado recientemente en el Perú. El compartir en la Tertulia del Colombo de Bucaramanga me ha dejado buenas experiencias para mejorar mi actividad literaria.Espero que disfrute la lectura del texto. Contertulio, Pedro Nel.
Pedro Nel
Niño Mogollón, Traductor e Intérprete Oficial
Docente
Pensionado Unipamplona, Colombia.
Es
costumbre que un par de zapatos anden juntos, que para donde va el uno vaya
también el otro, que ambos envejezcan al mismo tiempo y terminen sus días en la
misma caneca de basura o en los pies de quien juzga que todavía puede gastarles
la poca suela que les queda. Al fin y al cabo, ambos nacieron en la misma
zapatería, fueron cortados y cosidos por las mismas manos y es muy probable
desciendan del mismo cuero.
Pero con el par que ahora nos
ocupa ocurrió algo poco común: el izquierdo
apareció tirado en medio de una calle y del derecho no se sabía nada.
El zurdo, como lo denominaba mi abuela, pasó
varios días boca abajo junto a una acera, después de que un hombre ebrio lo
desplazó hasta allá desde el centro de la calle con un severo puntapié. Unos
perros jugaron con él calle arriba y calle abajo hasta que se cansaron. Un chico
se lo midió varias veces y, en vista de que le quedaba muy grande y parecía de
mujer, lo lanzó de nuevo al aire.
─ ¿Podría llevarlo a casa? ─preguntó
a su madre una niña que se mostraba enamorada del cuerpo de canoa y los vivos
colores del zapato.
─ ¡De nada te servirá, hija!
─contestó displicente la madre─. ¡Un zapato solo y usado, nadie se lo va a
poner! ¡Desentona en todas partes, no hace sino estorbo! ¡Tan pronto pueda, te
compro un par de babuchas nuevas!
Aunque la niña trató de
convencerla de los maravillosos usos que daría al vistoso y acanalado cuerpo
del zapato, la progenitora la agarró de la mano y sin más oportunidad de
discusión reanudaron su camino.
Una anciana avara pensó que
podría recogerlo, mandar a fabricarle un compañero y ponérselos, así lograría
matar dos pájaros de un solo tiro: usar un par por el precio de uno y ahorrar
la suela de sus zapatos viejos. Pero renunció a su pretensión porque se vería
obligada a comprar una caja de betún para abrillantar solamente uno, el usado.
Una
pordiosera, en vista de que no le cupo en el pie, se lo puso en la mano a
manera de guante protector y quiso caminar en las manos, pero ante la
imposibilidad, abandonó el intento.
Un
reciclador lo metió a la brava en una bolsa de zapatos viejos que pronto vendería
en una talabartería cercana pero el zapato tuvo la fortuna de caerse sin que el
hombre lo notara.
Fue mediante estos sucesos y
otros similares como el zapato llegó hasta la verja de entrada a la casa de
doña Angelina, la humanitaria mujer que lo recogió, limpió y acomodó en la caja de los artículos usados,
que solía distribuir gratuitamente y con mucho afecto entre las residentes de
los hogares de beneficencia que con frecuencia visitaba.
─ ¡Eres el preciso para María
Pérez! ─le dijo doña Angelina al zapato, señalándolo con el índice cuando se
disponía a cerrar la caja.
Pero antes de dejar la
habitación, se acordó de que el miembro inferior que le faltaba a María desde
el nacimiento era el izquierdo y
entonces ésta no tendría dónde calzarlo.
Y se dijo: ¡Un izquierdo metido en un derecho sería preciso solamente para una
actuación de payasos!
Doña Angelina abrió de nuevo la
caja y quiso emparejarlo con alguno que también anduviera solo pero ninguno se
ajustó porque la diferencia era notoria en cuanto a forma, tamaño y color.
Algunos eran muy elegantes para este
humilde zapato; otros, de tacón muy alto
en comparación con el de esta sencilla babucha. Y decidió que el zapato debía
seguir andando solo por el mundo, a menos que de un momento a otro apareciese
el compañero extraviado como un inusitado milagro del cielo. Y no perdía la
esperanza de que alguien en alguna parte le dijese que había visto andando
solitario a un zapato de mujer muy parecido a ese de la caja, como si se
tratara de unos hermanos gemelos.
Visitó penitenciarías, asilos y
otras instituciones similares y, aunque logró repartir todo el contenido, el
zapato permanecía solo en el fondo de la caja. Y al igual que a la niña que
quiso recogerlo de la calle, a muchas otras les despertaba también la atención
la forma y el colorido, y alegremente se lo medían pero al ver que no tenía
compañero o les apretaba los dedos, lo dejaban de nuevo en el sitio.
Y
doña Angelina se convencía cada vez más de que debía entregarlo solamente a
quien le quedara a la medida y dispusiera del pie izquierdo para calzarlo. Puso
un anuncio en el periódico advirtiendo estos dos requisitos indispensables.
Vinieron a su casa mujeres de toda la región a probarse el zapato, pero alguna
de las dos exigencias les impedía hacerse acreedoras al mismo. Y ya se había
resignado a dejarlo como adorno junto a un antiguo solterón en madera olvidado
en un cuarto de la casa.
Una
noche, cuando doña Angelina se aprestaba a entrar en su vivienda, con el varias
veces mencionado zapato entre las manos, una mujer que apoyaba el lado
izquierdo de su cuerpo en una desgastada muleta, le gritó desde la acera de
enfrente:
─
¡Señora, ese zapato es mío! ¡Se me extravió en el accidente cerca de aquí donde
perdí mi pie izquierdo! ¡Lo estaba buscando, aquí tengo puesto el compañero, el
derecho, mírelo! ¡Devuélvemelo, por favor!
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